Salmorejo


No me gusta el tomate crudo. No me gusta el gazpacho. No me gusta el pan con tomate, aceite y jamón. Me encanta el salmorejo. Sí, ya lo sé, soy una persona extraña, pero qué se le va a hacer. Y eso que yo descubrí este plato, esta especie de crema fría, relativamente tarde. Durante mucho tiempo me había resistido a probarlo, porque a priori, y con los antecedentes que ya os he contado, estaba convencida de que no me iba a gustar. Pero en una visita a Córdoba, estando ya en la universidad, nos pusieron de tapa unas patatas fritas con salmorejo, con su jamón y huevo cocido. Y me pareció que estaba riquísimo, tanto que durante los otros tres días que pasé en Córdoba fue casi lo único que comí.

Supongo que en un primer momento esta sería una comida de campesinos, de aprovechamiento del pan duro, de los tomates de la huerta y algo de aceite del que no se llevaba el señor. Además es un plato que llena bastante, así que aunque no tuvieran nada más que llevarse a la boca no se quedaban con hambre. Supongo también que en algún momento, por error o porque no le quedaba otra, el señorito tuvo que comer el salmorejo de los labriegos, y como tonto no era le pareció riquísimo y se llevó la receta a casa. Eso sí, para hacerlo más fino y diferenciarlo del de los pobres le añadiría el huevo duro y, sobre todo, el jamón.

Después de aquel viaje incorporé el salmorejo a mi recetario habitual. Yo le añado, además, un chorrito de vinagre de vino blanco, aunque creo que no está entre los ingredientes tradicionales del salmorejo. Si algún cordobés lee esto que me perdone, pero es que a mí me gusta el puntito que le da. No es un ingrediente obligatorio, así que vosotros mismos. Una vez dicho esto nos ponemos ya con este plato, ideal para cuando aprieta el calor. Aunque a mí también me apetece muchas veces en pleno invierno, para qué nos vamos a engañar. 

Ingredientes:
  • 1 kilo de tomates bien maduros
  • 200 g de un pan de trigo blanco que tenga buena miga (mejor si es del día anterior)
  • 1 diente de ajo
  • 125 g de aceite de oliva virgen extra
  • 1 chorrito de vinagre de vino blanco (opcional)
  • 1 cucharadita de sal
  • Huevo cocido
  • Jamón serrano (o ibérico, si estáis generosos)

Elaboración:
  • Empezamos lavando los tomates, cortándolos en cuartos y triturándolos, con piel, pepitas y todo. Reservamos.
  • Cortamos el pan en trocitos y le añadimos el tomate triturado, haciéndolo pasar por un colador para deshacernos de las pieles y pepitas que hayan podido quedar. (Puede parecer más sencillo y menos trabajoso pelar los tomates, pero hacedme caso, lo de colar el tomate triturado es lo que marca la diferencia entre un buen salmorejo y uno perfecto, suave y sedoso).
  • Dejamos que el tomate empape el pan durante unos minutos, añadimos el diente de ajo, la sal y el vinagre (si hemos decidido ponerlo) y trituramos todo bien.
  • Ha llegado el momento de añadir el aceite y batir todo de nuevo, emulsionando bien para conseguir esa crema que, de repente, pasa del rojo a un color naranja precioso.
  • Sólo nos queda dejar enfriar nuestro salmorejo en la nevera durante un rato y añadirle huevo picado y jamón antes de servir.


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¿Qué es Pelinti? Muchas veces, cuando nos sentamos a la mesa ante un plato de nuestra comida favorita, nos la llevamos a la boca aún demasiado caliente movidos por el ansia, a pesar de saber que nos vamos a quemar. Entonces no nos queda otra que emitir un extraño ruido, una especie de "aaaaaaaahhhh" con la boca cerrada, a la vez que intentamos introducir aire fresco en ella, expulsamos el aire caliente de dentro, y hacemos que la comida de pequeños botes en la lengua, porque quema. En Ghana describen todo esto con una sola palabra, "pelinti", que literalmente significa "mover la comida caliente por la boca". En este blog intentaré dar recetas y recomendar bares y restaurantes con los que tengamos que usar la palabra "pelinti".